Pg. 410-411

aquí –contesté algo dubitativo–. Deberíamos avisar a Juliette. Estará al llegar y podría caer en la encerrona.

Isard intentó repetidamente llamar a Juliette pero esta no cogía el teléfono.

–Juliette no contesta. Puede que este conduciendo...

–Espero que sea eso... –respondí preocupado.

– ¿Y si llamamos a la policía? –dejó caer Isard.

– ¿Y qué les decimos? ¿Qué cerca de aquí hay unos hombres malos que quieren hacernos daño?

– Ya... Nos tomarían por locos –respondió reflexivo –. Tal vez si les decimos que vengan rápido, que han atracado a una señora y nosotros hemos visto al ladrón, indicándoles por donde ha huido, querrán que les acompañemos y podremos salir de aquí protegidos.

–Quizás sea buena idea. ¿Llamo ya? –pregunté.

– ¡No! No llames.

Una voz que sorprendió a Isard y me estremeció a mí, sonó justo detrás de nosotros.

Sentado en la otra mesa, había aparecido como de la nada un extraño personaje.

Ni uno ni otro, absortos como estábamos en encontrar una salida a la situación, nos habíamos percatado de su presencia.

Apenas pasó un segundo y la sangre se me heló en las venas. Aquella voz iba acompañada de una energía que colapsó mi capacidad de pensar. Solo podía sentir un fuerte dolor en el bajo vientre y una desagradable sensación me recordaba al ser que tenía grabado en lo más profundo de mi memoria, Nogaret.

– ¡Tú! –pronuncié con rabia y sorpresa a la vez.

– Sí, yo. Veo que no te has olvidado de mí... Yo tampoco de ti.

Lo reconocía perfectamente. El duro recuerdo de mi vida pasada afloraba vívido en mi mente.

Su cara me sorprendió. Esperaba la imagen de mis visiones y no fue así. Era otra cara, pero con sus mismos ojos, unos ojos encendidos por el odio y el rencor, otro cuerpo, pero con la misma energía y oscura alma. Podía sentirle muy claramente, era como si llevara un disfraz, pero dentro estaba el mismísimo Nogaret.

Sabía que no podíamos huir, si Nogaret estaba allí, seguro que lo tenía todo muy controlado.

– ¡Bien, se acabó la cena! Hoy invito yo –dijo Nogaret, sacando un billete de cincuenta euros y dejándolo encima de la mesa sobre la cuenta.

En su mente, una gran satisfacción y un maquiavélico pensamiento: "estoy pagando la última cena".

–Levantaros tranquilamente y seguidme.

Isard me miró interrogante. Nogaret, sin dejarme pronunciar una sola palabra, apuntilló:

–A menos que queráis encontrar a vuestra amiga muerta...

– ¿Cómo sabemos que la tenéis vosotros? –preguntó Isard.

Nogaret contestó con más preguntas.

– ¿Por qué no ha llegado todavía? ¿Por qué no contestó a vuestras llamadas?

Esta última frase dejó sin esperanza a Isard y confirmó mi sospecha.

–Está bien. Voy contigo pero deja a Isard y Juliette en paz, el asunto es entre tú y yo.

– ¡Yo voy donde tu vayas! –dijo Isard sin pensarlo dos veces.

– ¡Qué bonito! Sí, ven que te va a encantar –dijo Nogaret soltando una sonora carcajada.

En aquel momento salió el camarero, y volviendo la cara para que no le viera, le dijo:

–Quédate con la vuelta. –Luego dirigiéndose a nosotros, añadió: – Vamos, no sea que lleguemos tarde.

Los dos nos miramos y le seguimos por el callejón oscuro que bordeaba la iglesia.

Nogaret nos miró de reojo y, provocativo, posó un beso en su mano y lo estampó en la pared de la iglesia.

No pude evitar caer en la tentación de contestar a su irónico acto.

– ¿Qué? ¿Justificando tus acciones?

Los ojos de Nogaret brillaron más intensamente en la noche, pero de su boca solo salió:

–Subid al coche.

Las puertas posteriores de una furgoneta grande se abrieron  mostrando en su interior a Juliette, sentada y atada a uno de los tres asientos laterales situados frente a otros tres, ocupados por los gorilas de Nogaret.

Novela autobiográfica.
462 páginas.
ISBN: 978-84-614-8278-8
Este sitio web utiliza cookies propias y de terceros. Si continúa navegando entendemos que acepta nuestra política de cookies. Más información en política de cookies. aceptar